Estábamos tan colocados que apenas nos manteníamos despiertos. No eramos capaces de juntar una palabra con
otra sin trabar nuestras lenguas, queriendo o sin querer. Entrelazando las piernas y hasta los dedos de los pies... Nuestros brazos ebrios,
flojos y mareados, se liaban sin estimar soltarse. Tus
manos apretaban las mías en arrebatos de deseo que el cuerpo no podía acompañar. Mas tarde las yemas de los dedos, acariciaron recíprocamente la cálida y suave piel de esa forma tan
dulce... La noche, larga y calurosa, la mas dulce, como nunca, maravillosa...
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